Nunca pusieron nombre a ese sentimiento que ni siquiera creían compartido,
la angustia de aquella timidez adolescente que tanto reprimieron,
la impaciencia por coincidir en fallidos disimulos para mirarse,
algo intenso y nuevo que les galopaba.
Cuando volvieron a verse dos veces más y en otra perspectiva, se perdieron,
...o no.
No les pudo el desgaste porque no se vivieron,
solo crecían y se buscaban en unos perfiles imaginados.
Fuera de allí y en la vida de verdad todo se quedó intacto y puro, incompleto y sin final,
contenido en unas letras prudentes, escondidas en segundas y terceras personas,
y guardadas en la caja fuerte de una memoria tan dulce como toda esa miel en los labios.