Está a salvo y aun no lo sabe.
Ya tiene nombre, pero no se da por aludida.
Le han cortado parte de sus orejas, ulceradas por carcinomas,
y ha soportado más de un mes atrapada en un collar isabelino, una lenta cicatrización y tremendos picores.
No deja de estar asustada, desconfiada y sorprendida.
No entiende tantos gestos y voces cariñosas, ni el calor y la comida diaria,
ni que esas noches frías, buscando un sitio donde dormir, se hayan vuelto tan cálidas y suaves.
A veces se acerca poquito a poco para que le acaricie, pero si me remuevo, si hago un ruido imprevisto, se sobresalta y huye a donde no podamos verla.
Pasa casi todo el día escondida, debajo de una mesita, o de la chimenea o de las camas...,
aún no sabe qué es casa, ni cariño incondicional, ni confianza.
Este año le ha regalado una de sus siete vidas, y un hogar...
pero todavía no lo sabe.
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