No sé qué clase de madre soy porque he pasado por una retahíla de ellas y ningún estereotipo podría definir tantas versiones en esta carrera metamórfica que es la vida, pero sé que no somos buenas madres solo por gestar, ni creo en la típica y tópica madre, techo de virtudes y en un pedestal.
Sé que he sido una madre lactante insomne y agotada,
una madre impaciente que necesitaba desconectar,
la supermami más guapa y sabia del mundo...hasta que son adolescentes y te vuelves una madre mortal, imperfecta y pesada que echa de menos más besos y abrazos y le sobran discusiones.
También he sido una madre profesora, exigente y exigible, que tuvo que aprender a respetar sus tiempos y aptitudes.
Hoy sigo siendo una madre rebelde y resignada, que le enerva la injusticia y le da pereza tanta estupidez,
una madre payasa y disfrutona que se toma en serio la vida,
una madre tierna y vulnerable que les escribe cosas,
una madre cool muy vintage que tararea coplas, lee con Bach y plancha con Leiva,
una madre sabelotodo,
y una ignorante llena de curiosidad,
una madre gallina clueca, que necesita su espacio y su tiempo,
una madre que consiguió ser más atrevida con sus miedos,
una madre hija agradecida, de memoria alegre y fuertes raices
una madre escéptica que reza sin rosario y sin dogmas,
y una madre de pies en tierra, que se escapa en sueños...
He sido y soy todas ellas y alguna más.
Y mis hijas multiplicaron esta letanía y mis afectos.
Han sido mi escuela, mi incertidumbre y mi esperanza.,
y a pesar de mis probables errores, ellas son lo mejor de mi vida.
Supieron volar y convertirse en dos mujeres valientes, fuertes, sensibles y tan maravillosamente imperfectas que han hecho de la palabra madre mi privilegio.