jueves, 29 de abril de 2021

Hasta que la muerte nos separe

 Aún no recuerda cuándo fue la primera vez que se quedó callada, rendida y paralizada.

Ni si hubo un primer detonante, o fue un cúmulo de microdetalles, que, por un gotero envenenado caían lenta e hipnóticamente, en el incipiente río de su vida.Quizás, la vez que él le hizo creer que los celos eran amor y le permitió que censurara amistades, leyera mensajes y controlara sus llamadas.

Puede que cuando, desde la sórdida mirada de señor y dueño de su pareja, la ridiculizó y menospreció, por un vestido ajustado y provocativo que le ordenó quitarse a la de ya, o el primer bofetón que voló, cuando ella, con la ilusión que le dejaba su ya mermada iniciativa, le comentó que había decidido retomar los estudios.

Llevaba la obediencia y la resignación impresas en su miedo, y él lo sabía.
Al fin y al cabo era su bebé, su muñeca y su princesa, en el reino del amor sometido y distorsionado por un velo de vejaciones.
Tal vez por eso, asustada y herida, aún confiaba en sus promesas de cambio y en su falsa contrición después de cada golpe.
Todo se lo había dado, lo había puesto a los pies de un ser violento por cobarde, fanfarrón por ignorante,manipulador y mentiroso, lleno de nudos sin resolver,
portador, quizás, de una violencia presenciada y aprendida, que un día sí y otro también, sacaba manos y puños a pasear, descargando toda la fuerza de sus miserias.
Sobrevivió algún tiempo, que le parecieron siglos, aislada, sin vínculos, con el dolor escondido y cristalizado en lo más profundo de su corazón, donde había enterrado su dignidad.
Había sido el amor de su vida..., y casi de su muerte.
Un día, alguien que pasaba muy cerca del hospital de vidas rotas,
le echó una cuerda, tejida de valor y esperanza, para salir de aquel pozo negro de desamor.
Le ayudó a expresar y compartir tanto sufrimiento, airearlo, que sanasen cada una de las cicatrices de sus alas rotas y..., denunciarlo.
Aquel día, sabia que iniciaba un largo y duro proceso, por un laberinto de espejos deformados, apegos enfermizos y pasiones encontradas.
Aún así se armó de valor, agarró aquel cabo con todas sus fuerzas,
y empezó a subir poco a poco.

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