lunes, 11 de octubre de 2021

Micropsia

                                     

     Los ojos de la niñez multiplican los metros cuadrados, la alegría y los afectos.

Grandes e interminables corredores, patios, portales, corrales, cuadras y cuevas donde nunca te encontraban,
grandes los charcos para chapotear katiuskas.
Y las regueras, donde navegaban astillas de barcos abordados después de la lluvia.
Grandes los hombros protectores de mi padre, cada vez que me aupaba sobre ellos, como si conquistara una cima. Grande y firme el paso de mi madre en sus tacones, donde mis pies menudos se perdían.
Grande y larga la mesa en la que siempre había sitio para alguno más y para tantos que se fueron.

Si volvemos ya crecidos a lugares del pasado, todo parece menguado,
y en aquellos enormes rincones de jardines y tierra, de castillos, jinetes y duendes, de escondites y árboles centinelas, en el reino barrio,
hay ventanas y puertas cerradas,
muy pequeñas.
Y no hay niños en la calle,
solo bancos y asfalto, como si los sueños hubieran huido expiando culpas.
Si volvemos grandes y adultos y olvidamos que la vida es una aventura, sufrimos una micropsia,
y el corazón se nos encoge.

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