Algo bueno del tiempo para mí es que se va llevando toda la gravedad innecesaria.
Cuando soy la madre hago payasadas como nunca antes me dejaron la responsabilidad y el miedo,
sus risas son el mejor regalo.
Cuando soy la amiga, espero feliz la excusa de nuestros reencuentros,
y comemos, brindamos, jugamos, nos miramos, nos contamos y nos seguimos las arrugas del alma y la piel.
La amistad es un oasis cada vez más reducido.
Cuando soy la hermana, me gusta quitar hierro y drama a los bucles, suavizar el dolor o intentarlo, a veces sin resultado,
les discuto, les regaño, y les quiero, procuro que mi casa sea un nexo para tantos y tan distintos.
Cuando soy la hija solo puedo traerlos de la memoria, y llegan con mi esencia, que es la suya,
su presencia está siempre en mi soledad alegre.
Cuando soy lo que fui,
la mujer que ama con la pasión en la tierra aunque invente la vida,
la alumna curiosa y obediente,
la joven rebelde, la feminista, la escéptica,
la que escribe sobre injusticias y sentimientos, la profe que aprendió enseñando,
todos los trozos sueltos, que mucha gente conoce y conoció de un mosaico íntimo e inacabado,
todas mis ramas,
toda yo en este momento,
una paradoja atenta que procura alargar la alegría y arrinconar la tristeza de las tardes...,
y me siento más ligera