Cuando empecé a pensar en la muerte, regresaba la memoria alegre,
el para siempre de tantos ayeres,
porque el olvido es el verdugo de los recuerdos.
Quizás hay que perderlos para encontrarlos.
Ya no están.
Y revisamos sus cosas,
la tierra o las cenizas,
todo lo que se queda para siempre en tí.
Porque tú estás aquí por su voluntad,
y eres su vida que continúa.
Ellos se miraron, bailaron, se enamoraron y se enfadaron,
ya se querían y se volvieron a buscar,
y tú no eras aún,
ni sabías que la muerte existe,
ni que las fotos se convierten en reliquias.
Ya no están.
Y añoras sus manos si te pierdes buscando el rastro de sus olores;
mi padre a tabaco y menta,
mi madre a rosquillas y a magdalenas recién hechas.
Te conocían mejor que nadie,
pero no sabían que una hija hablaría por ellos, de ellos.
Haced todas las preguntas antes del silencio,
gastad los abrazos,
los besos sin protocolo,
grandes y sonoros,
mañana...,
ya no están,
nosotros tampoco, después de un instante.
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