Creen que hablo sola,
pero siempre estoy acompañada.
Vivo en una comunidad de mujeres que, de vez en cuando, abren sus ventanas para charlar conmigo.
Hoy se ha asomado la adolescente.
Parece una chica fuerte y responsable, pero está llena de miedos.
Quiere agradar a todos y se queja de que, a veces, le falta un hombro en el que apoyarse.
La joven de la siguiente planta, que la conoce bien y le tiene mucho cariño, enseguida le ha ofrecido el suyo,
y la profesora de al lado, que se entera de todo,
ha salido también para animarla y decirle que aceptarse, ayudarse y quererse es la mejor diplomatura para ser feliz.
Siempre le sale su vena docente.
En el ático vive la madre, que es como si fuera la de todas, porque las conoce desde bien chicas,
y siempre las acoge con mucho amor, aunque para ella sus hijas son lo primero.
Es mi mejor amiga, y con quien más hablo últimamente.
Me lee mucho y, a veces, escribe sobre cualquiera de nosotras.
También se preocupa por todo y de todos, pero ella tiene más recursos para proteger su vulnerabilidad. Es mucho más fuerte y valiente de lo que pensaba y ya no necesita un hombro.
Además, tiene muy cerca un par de ellos bien anchos y generosos, por si acaso.
Ahora le gustan más los abrazos.
Su casa es acogedora y sus muebles y cajones están llenos de memoria.
Muchas veces, cuando las hijas no están, alguna de ellas la visita.
Y creen que hablo sola...
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