De pequeña tuvo una cama abatible donde estiraba el alma y se hacía grande.
A veces no la abría y dormía con alguna de sus hermanas o con alguna amiga.
En verano, pies una y cabecera otra.
Compartir amplió su pequeño universo,
Casa para muchos,
coche para todos,
tiempo para cientos,
y su primera cama grande para dos, y hasta tres,
si había llantos o pesadillas.
Casi nada solo para ella.
Su mundo ancho y crecido hizo más breves sus sueños.
Demasiado responsable,
demasiado madura.
Como tenía que ser.
Y las alas se volvieron de arcilla para abarcar tanto y a todos.
Y en aquel mueble que se cerraba y se abría, tal vez, quedó la niña atrapada.
Hace poco ha vuelto a recuperarla
.