Duerme como los delfines,
a medio sueño.
Se desvela a menudo,
porque la noche la divide en dos.
Una parte es tranquila, blanca y ligera.
La otra se cubre, al acecho de miedos
y caprichosas taquicardias, dentro de las sábanas y de sus 60 kilos, que pesan más en la oscuridad.
Se abraza a la almohada, y a todo lo que quiere, con el corazón en los ojos, abiertos de par en par,
en este otoño insomne que alarga la nostalgia y engorda la tristeza.
Le duele el mundo,
y no quiere que la luz la descubra cansada y con desánimo.
Aún confía en cada amanecer...
y renace
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