Dicen que cuánto menos lo piensas, mas bonito es el recuerdo.
Será por eso que le llegaron tantos aquella tarde de gripe y sofá.
Recordó que le gustaba cantar copla, aún sabe de memoria todas las que oía a su madre, mientras andaba en faenas domésticas,
y bailar de puntillas sobre sus zapatos Gorila, a pesar de las regañinas por el desgaste de las punteras y su habitual afonía por usar mal la voz, le decían.
Pero sabía que sus padres estaban bien orgullosos, más de su gracia que del talento.
Y le abrían corrillos y ventanas a esa niña alegre con tanto desparpajo, que imitaba cantantes en el corral de vecinos, con un cepillo como improvisado micrófono.
A veces, echando los restos en los gestos y movimientos de un gran y sobreactuado Raphael.
Aquella pequeñaja quería ser bailarina, cantante o actriz...
Quería ser artista.
Y allí se quedó para siempre,
de puntillas,
en sus zapatos Gorila,
venciendo equilibrios.
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