Tengo una buena amiga,
una mujer preñada de infancia,
de una infancia bonita y bien espabilada, cuando llegó la más pequeña y le quitaron galones y mimos y, a la fuerza, creció más independiente.
Por eso le gustaba agradar, ganarse su rincón de afectos.
Era una adolescente ordenada y escéptica, confiada y caótica.
Con un Pepito Grillo siempre en la oreja y la imaginación contratada a tiempo parcial, para con el resto pisar bien la tierra de su juventud.
Una maravillosa y agitada juventud, de canciones protesta, amenazas de bomba y manifestaciones,
de cine de autor y Antologías rotas...
Ya le importaba el mundo de verdad, y escribía su inquietud.
Mi amiga fue muchas cosas más,
también madre.
Y no sé cuando me dejó de lado y le perdí la pista.
Tiempo después nos reencontramos, por casualidad, en un verso inconcluso.
La reconocí enseguida...
y la abracé .
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