Estoy rodeada y rendida a ejércitos de manzanos, ciruelos, higueras, moreras, almendros, nísperos, olivos y encinas,
a los aromas de mis celindas, del romero y lavanda, de tomillo e incienso, de laureles y rosas.
Las siembras son bancales de tomates, pepinos, pimientos y sandías que prometen.
Y hay trincheras de pensamientos y margaritas, invadidas por toda clase de aleteos y zumbidos.
Me despiertan drones cantarines de aves,
y me duermen noches mágicas de luna llena, plagadas de fugaces cuando mengua.
No hay miedos si el ruido de fondo es el cri cri de un grillo insistente,
o el chirrido chicharrero cuando el sol más aprieta,
si las batallas son chapoteos, risas y gritos en el agua de los más pequeños.
Esta debería ser su única guerra.
El campo en verano,
la casa en verano,
mis hijas en verano,
donde todo es verdad,
y todo es un sueño.
La tregua necesaria para descansar de esa tristeza mundana tan canalla,
y hasta de una misma.