sábado, 1 de mayo de 2021

Mi madre Lola

 Hoy hace un año, mi madre Lola cumplió 97 añitos.

La teníamos entre algodones, pero en algún descuido, este virus arrasador se la llevó dos semanas después.
Pareciera que tuviera claro que era el último.
Mas de 30 los ha pasado sin su compañero de vida,
y nunca fue una enlutada Bernarda Alba, triste y amargada.
Hasta hace poco, lo mismo te hacía un vestido que rellenaba crucigramas imposibles,
Todos tenemos algunos de sus óleos en casa, que pintó de forma totalmente autodidacta.
Pasaba buenos ratos de lectura o preparaba alguna charla para las reuniones con su grupo.
También hacia las mejores croquetas, albóndigas y tortillas del mundo.
Iba a algún que otro viaje interesante y los veranos al mar.
Ahora sus viajes se limitan a su sillón y, muy excepcionalmente, a la iglesia o al parque.
Sus pasos los sostenía un andador y los recogía una silla de ruedas.
Le gustaba hablar del pasado, contarnos anécdotas de su vida, porque se le acabaron las metas, salvo estar en paz con Dios y consigo misma.
Sabía de memoria todos los poemas que mi padre le escribió, desde que se quedó prendado de aquella alegre chiquilla de 15 años, sentada al fresco de una noche de verano,
y a veces nos los recitaba, con un gesto de complacencia y cierta melancolía en sus cansados ojos.
Disfrutaba viendo fotos y vídeos de los nietos y bisnietos, y le agradaba que le llamaran por teléfono o que la visitasen de vez en cuando, aunque a veces tanto lío le cansaba y se ensimismaba en sus recuerdos
Un mes antes de dejarnos le pusieron audífonos, no muy convencida, porque decía que a veces es mejor no oír tanto ruido, ( sabia mi madre).
Los utilizó una semana.
No llevaba bien su proceso degenerativo porque nunca quiso ser una carga y a veces nos escondía su vulnerabilidad, sus pudores y miedos ante lo inevitable.
Cuando aparecían sus crisis del trigémino, (la llamada enfermedad del suicida por el insoportable dolor), estoy segura que tuvo momentos de querer tirar la toalla, pero aguantó y le plantó cara como una jabata.
No era de caprichos.
Su mejor antojo para ella era unos churros con chocolate, y era feliz si los compartía con su hermana del alma, la única que le sobrevive, y con quien mas vida ha compartido.
Su casa le daba la seguridad y el control que siempre ejerció sobre lo que conformaba su vida,
y cuando terqueaba por algo que no quería ni le apetecía hacer, salía con eso de:
"A mi edad me vais a cambiar!"
Ese genio y fuerza en su caracter, le mantuvieron 97 años con nosotros, con una cabeza bien lúcida. Necesitaba, de alguna forma, seguir sintiéndose dueña de sus propias decisiones.
Todo un privilegio que se ha ganado con casi un siglo a sus espaldas, 68 como madre y más de 30 como padre también.




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