Veinticuatro horas monitorizado para un diagnóstico,
a veces se desboca, rebelde, incontrolable,
y me sorprendo con la mano sobre mi pecho, como la pintura del Greco, para pactar calma y cierta templanza,
le cuesta desacelerar,
un corazón post Covid, dicen,
arrítmico en sus latidos,
con las cicatrices que dejan la pena, la pérdida y alguna culpa innecesaria.
Un músculo hueco que se acelera con mi vehemencia,
y mejora con brotes de alegría y el oxígeno que insufla algún instante de pura belleza.
En ocasiones me supera, me desborda y suelto las riendas para que disfrute,
bombeando a toda máquina,
por quienes tanto quiso, ya no están y 'morirían" por vivir,
otras veces se recoje afligido en latidos de nostalgia.
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