Otro verano parapetada en estos metros cuadrados repletos de sanadora naturaleza.
Y los habito en el sentido más extenso de la palabra
Aquí todo es vivible y disfrutable.
Puedo aguantar rayos y truenos y desinflamar los incendios de tanta crispación.
En el portón se tiñen mis grises de colores y no hay más guerras que las de algún gato marcando territorio,
¡Vaya!, siempre los machos...
Los ladridos suenan honestos y llenos de alegría,
y los gritos son de niños jugando en el agua.
Hay explosiones de nísperos, ciruelas y brevas para un regimiento.
Y el único tanque cercano es una cosechadora rezagada.
La parcela está minada de pepinos y tomates morunos.
Y tengo bancos de hierro y piedra para declarar lo que siento o, simplemente, estar en silencio.
En Agosto los misiles son una lluvia de estrellas.
Y en Septiembre las bombas cuelgan en racimos de uva Airén.
Es mi sitio preferido para firmar con el mundo y conmigo misma una hermosa tregua de paz,
y poder seguir
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