Siempre hay trozos atrapados que quieren salir y expresarse,
y cuando rebasas la mitad de tus latidos,
ya van con prisa.
Nos podemos poner a contar el tiempo,
a envolvernos en tardes plomizas y planas,
a crear horizontes que empiecen y acaben en un sofá, mirando pantallas,
a que oscurezca y que alguien se ocupe de nosotros,
a esperar que ocurran cosas o simplemente hacerlas,
tener más preguntas que respuestas,
resolver las cuentas con la cabeza y repasarlas con el corazón,
donar, además de la sangre, la risa que corre con ella, los afectos y la palabra,
dejar el ajuar del miedo y la culpa en las lindes,
y que se hagan rastrojo,
en este otoño de luz y de belleza tan breve,
descreer los típicos tópicos de la edad y sentirte un algoritmo afortunado por haber nacido, poder vivir...,
y luego morir,
o tal vez sea mejor dejarnos cosas adentro y huecos afuera para que la ausencia los llene.
A veces peligra una casa de puertas abiertas a la intemperie.