Que viene el coco y se lleva a las niñas que duermen poco...
Despues de la inocencia y del afecto espontáneo de la infancia, vamos heredando una colección de miedos imaginados y reales,
y los necesarios para nuestra supervivencia.
Desde los aterradores complejos, las dudas y la vergüenza adolescente hasta el vértigo de haber perdido, en un pispás, la juventud.
Miedo a las guerras y a la memoria indigerible de las posguerras.
Miedos inyectados de culpa y obediencia ciega por religiones castigadoras.
Miedo paralizante ante la violencia.
Miedo cuando el óxido avanza y nos rodea la soledad.
Miedo al dolor y al sufrimiento de los tuyos...,
y a la muerte.
Modernos miedos a la IA, a la ansiedad y a la incertidumbre...
la desconfianza.
La misma que confina, levanta muros y concertinas para evitar al diferente, al intruso,
y culparlo de todos nuestros males,
y de nuestros miedos.
Esos que interesa propagar, financiar y mantener.
Nada nuevo en el horizonte.
Sólo que las amenazas disfrazadas se pueden combatir sin terapia,
cuando descubres que sus peligrosas y alargadas sombras están manipuladas por titiriteros,
como las sombras chinas,
y sólo pesa su cobardía.
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